Zona residencial, Vizcaya. Una tarde soleada y fría. Recuerdo que serían sobre las cuatro. Una fila enorme de adosados. De estos que están bien dispuestos, limpios con sus cara-vistas de color arcilla. Todo ajardinado. El cielo, azul, pincelado con alguna que otra nube blanca y esas estelas también blancas que dejan los aviones tras sus peculiares trayectos. Silencio. Me acerco a una puerta más. - ¡¡Rinng!! Me pongo tenso, pues comprendo que ha sido mi dedo el causante de que los ladridos de una pequeña fiera se desencadenen. Mi cabeza entiende que no hay nada que temer, puesto que esos pequeños ladridos insidiosos pero insistentes provienen de un pequeño chucho. -Nada que temer- me digo. Mi cuerpo rígido, parece no tenerlo tan claro. Mis pensamientos se revolucionan como cual enjambre de abejas. La espera, quizás formada por breves y míseros instantes, se me antoja eterna. Me armo de valor. Me acerco de nuevo a la puerta, puesto qu...