Irune, colmando sus letras en el papel |
Aquella tarde de sábado, una chica, tras conocer que yo era el autor del libro que llevaba entre sus manos, se acercó con el objeto de saber más sobre la poderosa pregunta de su portada.
Era un 23 de marzo en Santurtzi. Ainara, la ilustradora, y yo, atendíamos el puesto en el que exponíamos nuestras obras, esperando a que el taller infantil de ilustración diera comienzo en el evento Van sobre ruedas.
Fue ahí cuando hablamos sobre los motivos que me llevaron a editar aquel ejemplar. Le expliqué que yo acostumbraba a moverme por diferentes ciudades, entablando conversaciones con la gente para dar a conocer mis obras. Aquella delgada chica vestida de negro, con ojos brillantes, comenzó de inmediato a recitar una de sus poesías. Ella declamaba rápido. Ofreciendo, en ocasiones, paradas entre sus versos y dando a entender que llevaba muchos años haciéndolo.
De primeras, su deslustrado aspecto te hacía pensar que la mujer llevaba tiempo viviendo en la calle. Que, en definitiva, la vida le había tratado mal. Pero sus ojos seguían brillando cuando hablaba de literatura. Cuando soltaba títulos de libros leídos. Cuando me preguntaba sobre mis obras predilectas, cuando recordaba pasajes pretéritos y entendía que hacer vibrar a las personas al recitar sus poemas, a cada momento se hacía mucho más pesaroso. Pero ocurría. ¡También había veces que la gente le escuchaba!
Luego miró una vez más al puesto.
-¿Dónde puedo conseguir uno de tus libros?
Le miré a sus ojos. Estos seguían mostrando una triste sonrisa. Sin embargo, ese brillo continuaba siendo auténtico.
-Aquí -expuse aproximándome a la fila de ejemplares- ¿Cuál es tu nombre? -continué sacando el bolígrafo.
Aquella mirada se iluminó aún más cuando tomó el libro ¿Y por qué no? con sus manos.
-Claro. Es tuyo.
Luego de despedirnos, el soleado día continuaba con su dinámica. Algunos lectores se interesaban, con sus peques, por los libros infantiles. Otros curioseaban por el puesto. Muchos accedían a los food trucks con el fin de hacerse con alguna que otra sabrosa hamburguesa, menús variopintos, cafés y dulces por doquier.
No pasó mucho tiempo más hasta que Irune regresó. Me comentó, con cierto entusiasmo, que había comenzado con las primeras páginas del ejemplar que le había regalado.
-¿Tenéis un boli y un papel? -preguntó sonriente- quiero regalarte unas palabras.
E Irune se sentó en unas escaleras contiguas y escribió lo que sigue:
¿Y por qué no?
Si todo es tan simple como dejarse llevar.
¿Creéis en la casualidad?
Hoy he llegado al pueblo donde nació mi amado aita
El cual partió hacia la paz
pero se quedó dentro de mí, su pequeña guerrera...
Eres verdad...(¡Ostias!)
Me has devuelto la ilusión, creo que empecé a escribir
para poder llegar hasta ti (vosotros).
Para poder entender que la belleza habita en nosotros
pero dejamos que el miedo sea más grande
que nuestras ganas de liberar esos gritos silenciosos que
guardamos en secreto.
El camino, largo, bello y doloroso, vale la pena
solo por haberte conocido.
Por amor seguiremos en pie.
Libres, locos, verdaderos...
Porque muchos nos oyen, pocos nos escuchan.
Por esos que valoran nuestros necesarios susurros,
seguiremos disparando las palabras que tanto
asustan escuchar.
Gracias, de corazón.
Porque de diez mil rechazos, hay un pequeño locuelo
que nos da una lección de amor, libertad y dulce locura.
Sabía que en algún lugar existías.
Gracias.
Irune.
¿Os lo podéis creer? ¡Menudo regalazo!
Aún pugnan mis lágrimas por brotar, al escribir esta entrada y releer sus vocablos.
Hagamos caso a Irune; que bien merecerá la pena. Sus palabras lo dicen claro, pero mucho más lo hace el brillo de sus ojos:
Fuera prejuicios. Mirémonos al interior. ¡¡Ostias!!
Por esos que valoran nuestros necesarios susurros,
seguiremos disparando las palabras que tanto
asustan escuchar.
Irune.
Poeta de la calle
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