Una vez de hace algún tiempo, toqué un nuevo timbre en uno de los pasillos de uno de los pisos de cualquier edificio que estructuran la ciudad de Vitoria. Pasaban los segundos y, en aquel silencioso pasillo, solo se escuchaban los rabiosos ladridos de un perro tras la puerta. Pero, ignorándolos de la manera más demencial, mi dedo quiso volver a tocar el timbre. ¿Quién lo sabía? quizá hubiera alguna persona en el interior. Quizá fuera un nuevo lector. Antes de presionar oí una ruda voz que dijo lo siguiente: - Ni se te ocurra. Mis oídos escucharon esas palabras, pero el índice, con su inercia, ejerció la presión para alterar el orden que marcaban los insistentes ladridos. Nadie abrió. Nadie. Así pues, decidí salir de aquella planta para probar suerte en las inferiores, pero fue entonces, al alejarme varios metros, cuando se abrió la puerta. Un joven alto, melenudo y desaliñado, aferraba el collar de un pastor alemán, que continuaba con sus ladrido...