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Un libro por una canción

El pasado jueves 21 de marzo quise viajar a Santurtzi con el fin de dar a conocer mis libros a los habitantes de ese famoso municipio de Bizkaia.

Un poco también porque el fin de semana formaría parte del evento Van sobre ruedas y por conocer a nuevos lectores en el municipio.

Viajé en metro porque todavía me produce gran curiosidad sumergirme entre las actitudes de los viajeros y esa era una nueva y buena oportunidad de hacerlo.

Así pues, aquella mañana en el vagón con destino a esa famosa localidad pesquera, los semblantes pesarosos de los pasajeros continuaban ofreciendo su siniestra rutina. El metro viajaba sobre los raíles, con su peculiar bailoteo y ese rumor ambiguo que tomaba cierta velocidad para perderla en las proximidades de las estaciones. Es algo que, como vecino de una ciudad modesta, once mil habitantes, me produce cierta..., no voy a decir lástima -que también- pero, a su vez, gran curiosidad.

Cada vez que viajo a ciudades importantes aprovecho la ocasión y me desplazo en el suburbano. De uno de esos viajes germinó la historia "Sé que me ves", mi novena y próxima publicación.
Me alegro de haber creado la historia porque esos semblantes grises, esa hermética individualización y esas prisas neuróticas, me confirman y mucho el mensaje que se puede extraer tras su lectura.


Y sin embargo, aquel día, algo, felizmente, rompió esa rutinaria dinámica.

En los asientos cercanos a mi posición se acercó un hombre de mediana edad, con rasgos sudamericanos y tez morena. Él portaba una guitarra enfundada en su espalda. Pero no tomó asiento. En vez de ello sacó la guitarra y, tras unas palabras con las cuales solicitaba permiso y cierta atención, comenzó a rasgar las cuerdas de su instrumento para amenizar el trayecto. 

Por lo que pude observar, la gente, pese a sus canciones, se inmiscuían, casi molestos, un poco más si cabe en las rutilantes pantallas de sus dispositivos. Yo no pude hacer más que torcer el gesto. Tanteaba actitudes. Era curioso. Desde que me licencié en sociología, a menudo suelo encandilarme con esos pequeños quiebros sociales. El hombre estaba realizando uno en toda regla. El sujeto inquietaba a los pasajeros y lo hacía con su arte, con su música, con la cultura. ¿Quién era él para importunar al pasaje? Era la  pregunta que bailoteaba en el aire, pero nadie movía sus labios para inquirir.
A mí, como escritor errante y acostumbrado a hablar con mis lectores durante más de siete años por diferentes ciudades, me pareció genial esa actitud, esa valentía, esa apuesta por la música. El tipo, todo hay que decirlo, lo hacía bien.

Los segundos pasaban y la música dejaba en segundo plano el runruneo de las ruedas al friccionarse con los raíles. En una de estas, ni corto ni perezoso, metí la mano en el morral que suele acompañarme y saqué uno de mis libros. Fue ahí cuando el bolígrafo comenzó a bailar al ritmo de aquellos acordes sobre la primera página de mi sexta publicación:  ¿Y por qué no?

Las lineas decían lo que sigue:

Para y por la cultura. Que no decaiga. Rumbo a Santurtzi. 
21-03-19 abrazo correspondiente y firma de un servidor. 

Cuando concluyó con sus temas, el tipo, humildemente, solicitaba voluntades y, allí, en ese escenario de herméticas individualidades nadie movió una ceja. Sus miradas seguían clavadas en las pantallas. Al acercarme, le expliqué que yo era un escritor que hacía llegar mis libros a la gente, también de forma directa.

-Supongo que lees -pregunté.

-Sí -titubeó.

-Es tuyo -expuse.

Una sonriente chica se aproximó.

-Daban ganas de ponerse a bailar -dijo terciando en la conversación.

Luego de interpretar que un escritor obsequiaba con su libro a un músico que había amenizado el viaje con sus temas, decía:

-Estoy alucinando...

Y aquel entrañable quiebro social se estableció en aquella jornada de la poesía en uno de los vagones del metro dirección a Santurtzi.

Gracias por tus canciones, músico errante.

Seguiremos haciendo gala de los bienes culturales porque, pese a que son muchos los que no lo quieren ver, son estos los que dan sentido al camino.




"Que ser valiente no salga tan caro, 
que ser cobarde no valga la pena"

J. Sabina




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