Lejos de arrastrarse, los pies que esquivaban las baldosas acomodadas sobre charcos que alimentaba la indecorosa lluvia, volaban raudos en aquella mañana del mes de febrero. También llevaban varios minutos pretendiendo despuntarse de aquella multitud agolpada a modo de alargada cola, que gradualmente se extendía en procesión hasta los edificios más cercanos de la boca de metro. Se trataba de algo inusual y, como llegaba demasiado tarde, no quería ni por asomo tener que formar parte de aquella apilada muchedumbre.
-Disculpe, señor. ¿Me permite? -preguntó sin querer ofrecer excesiva potencia a un nuevo empellón.
Una cara arrugada, vieja, de pobladas y angulosas cejas cenicientas, movió un frondoso bigote.
-¿No ve, señora, que no se puede entrar en la estación? ¿Que estamos todos parados?
-Disculpe usted. Disculpe; es que llevo prisa.
El hombre reaccionó irritado.
-Todos tenemos prisa. Todos.
Varias voces condenatorias se sumaron a las palabras del anciano y la mujer se vio de pronto violentada por las miradas de ciertas personas. Fue ahí cuando se calmó un tanto[...]
Y es que estas son las primeras líneas que dan comienzo a este nuevo capítulo -Sé que me ves-, el noveno ya, que se abre en esta increíble historia. Esta vez, de la mano de la Editorial Tandaia.
Tal y como he expuesto en anteriores entradas, se trata de una novela rápida y profunda, que ofrece un claro mensaje. E ahí una breve sinopsis:

A través de este apremiante relato, puede que en la cabeza del lector comience a erigirse la siguiente cuestión: ¿Merece la pena seguir el discurso tan neurótico, individualizado y colmado de miedos que, día tras día, nos empeñamos en crear?
Deambular durante años por diferentes ciudades con el fin de dar a conocer mis obras, como supondréis, no ha sido tarea sencilla. No obstante, haber podido conocer de primera mano a más de once mil quinientos lectores a la vez de haber recibido decenas de miles de negativas, indecibles cantidades de portazos y desprecios infinitos, supone un camino que de ninguna de las maneras querría prescindir. Supongo que toda esta peripecia ha creado un mapa que me va aclarando la realidad social más cercana en la que nos vemos envueltos.

Y quizá haya sido por eso, por lo que una vez, en un viaje en metro, esta idea, esta historia, este relato quiso llamar a mi puerta. Pero no lo hizo con la insistencia propia de aquellos que quieren hacerse notar para llegar los primeros. Lo hacia casi sin molestar, sin ruido, pasando como de puntillas pero sin dejar de brillar un solo instante. Se hacía notar. No sé. Una y otra vez, como haciéndose presente, brillando a cada momento con mayor intensidad hasta que mis dedos tuvieron que bailar sobre el teclado. Porque todo hay que decirlo, "Sé que me ves" se ha posicionado ante otra obra, esta más ambiciosa, en la que llevo trabajando varios años. Hablaré de ella en próximas entradas.
Y sin embargo me alegro de que haya sido así. Porque la experiencia me va diciendo que la literatura con su moderado devenir va echando raíces, floreciendo en cada primavera, destellando, lanzando sus aromas a diestro y siniestro, marchitándose en ocasiones para ir creciendo en las sombras. Siempre gradualmente, pese a que el viento arrecie muchas veces en contra, y muy ansiosa por notar los buenos tiempos y volver a florecer.
Hoy me alegra decir que esta nueva obra de ficción está ya en mis manos... Pronto en la de cada uno de los mecenas que apoyaron el proyecto, luego en las librerías y, por supuesto en el siguiente enlace:
Gracias a tod@s por ayudar a que haya visto la luz.
"La mayoría de las veces, lo que más tememos,
es lo que más necesitamos hacer"
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