Tras la rápida pero muy satisfactoria visita a Venta de Piqueras llegamos puntuales a nuestra cita -a eso de las 16:30 horas del sábado 1 de octubre-, en el puente de Briñas sobre el río Ebro.
Y es que ese día comenzamos curso con las impresiones de la 9ª lectura del Club de Lectura de Treviana. Es decir, con
Yo estaba entusiasmado por ser el inicio de curso del más que saludable Club de Lectura de Treviana. Lo estaba porque allí nos reunimos casi una veintena de lectores y lectoras, también de San Vicente de La Sonsierra y de Ábalos. Ni que decir tiene que tod@s conocíamos de primera mano los entresijos de la novela referida al vino y a La Rioja. Y qué mejor lugar para empezar que en los lugares donde da comienzo la historia. Así pues, en el mismo puente de Briñas hicimos un ejercicio nemotécnico para trasladarnos a 1891 y así iniciarnos con en este relato que a nada que lo estrujes, rezuma Rioja por cada una de sus páginas.
No tardamos en ascender al cerro que se alza sobre una de las partes del puente para disfrutar de las vistas de los dos meandros que el río Ebro, una vez riojano, se empeña en crear, tocando así dos veces la villa de Haro. Es decir, el meandro Zaco y el Hondón, siempre tan cargados de uva en estas fechas.
El día acompañó y las vistas al Toloño, lugar de residencia de Vega, eran más que espléndidas, así como, al desviar la mirada, se percibían las conchas de Haro y, girándonos, la misma ciudad jarrera perfilada por la iglesia Santo Tomás.
Todo ello acontecía a la vez que íbamos recordando pasajes de la historia para, por momentos, desplazarnos hasta la Atalaya de la ciudad y así contemplar más paisajes desde diferentes perspectivas. Esta vez el Barrio de la Estación, con sus numerosas bodegas centenarias, la vía del ferrocarril, tan importante para el desarrollo del municipio e inclusive la confluencia del río Tirón con el Ebro como lugar relevante en los primeros capítulos de la obra.
Luego la plaza San Martín, calle de las Cuevas -bodega de don Higinio- y Ventilla 71 -antiguas instalaciones de Martínez Lacuesta-, de las que me apropié literariamente hablando para dar luz a Bodegas Vesania; es decir, un ficticio emporio vitivinícola que, en el relato, logra hacer sombra a firmas vitivinícolas de su entorno.
Tras ello el grupo regresó a Treviana, al propio club de lectura, al cual se unieron varios miembros más para así, entre degustaciones de vino y delicias variopintas, continuó la charla de esta novela cuyo hilo conductor es un vino modificado por una insólita sombra que desde tiempos ancestrales merodea por los calados de La Rioja.
Desde aquí agradezco al grupo los buenos ratos pasados en torno a mi antepenúltima novela.
Queda claro que, con momentos como los vividos merece la pena seguir luchando por aquello que te apasiona.
Gracias Club de Lectura de Treviana.
"Sucede, a veces, que la literatura
se cría en barricas de roble"
La criadora
S.H. López-Pastor
6202700
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