Hay momentos en el día en el que te paras un momento para reflexionar. Observas tu situación y, casi sin querer, vuelves la cabeza para mirar hacia atrás. Te dices, ¿estaré molestando a toda esta gente con la que me encuentro? Hay situaciones en que te das cuenta de que por supuesto que lo haces.
Me ha pasado esta semana en Miranda de Ebro. No me gusta meterme en portales, subir al último piso y tocar puerta a puerta, planta a planta, para ir descendiendo las escaleras hasta llegar de nuevo al portal, tras haber promovido un poco de cultura. Pero reconozco que no siempre el día es ideal para tocar viviendas unifamiliares y adosados. El caso es que tras muchos timbrazos en uno de estos portales, me tocó en una de las plantas una puerta un tanto curiosa:
- !!Ringg¡¡- hizo sonar mi dedo atosigador en el silencio de la planta.
- ¿Quién es?- Tras la puerta, una voz gritona y falta de cortesía preguntaba- ¿Quién llama?
- Hola, que soy Sergio, un escritor que anda buscando gente que le interese la lectura- dijo mi voz, que arrastraba un eco sordo por las estrechas paredes.
- ¿Quién es?- Los oídos de lo que supuse era una señora, resultaron poco eficaces.
Mientras me resignaba para volver a insitir, la cerradura comenzó a dar vueltas. La puerta se abría.
Tras el hueco, una señora desarreglada, con malos humos.
- Hola, muy buenos días, mire, que soy Sergio, un escritor...- La mujer me miró, me analizó y su cabeza quiso comprender vete a saber qué clase de historia...
- ¡Se vaya usted de aquí!- gritó mientras yo iba entendiendo que no le interesaba la lectura y que mucho menos me iba a dejar explicar mis intenciones- ¡váyase de aquí!
- De acuerdo- dije a la vez que pensaba que esos gritos iban a resultar caros para que mi éxito surgiera en otros hogares. El ademán fue claro. Mi dedo se dirigía hacia el timbre de la puerta vecina. Las oportunidades no se deben dejar escapar, así que pulsé el timbre. La señora seguía con su rabieta, chillando y procurando por todos los medios que abandonara, no solamente la planta, sino el portal, el edificio y todo su territorio. Agradecí que no contestara nadie; que, por otro lado, lo comprendo, en la puerta vecina.
- ¡¡Aquí no queremos propaganda de ningún tipo!! ¡¡Váyase de aquí¡¡- por suerte las otras dos puertas de la planta se hallaban a unos metros de la de la señora quejica. Es por eso que no bajé las escaleras, puesto que mi intención era encontrar a alguien que leyera en esa planta.
La señora no cesaba en su empeño.
- ¡¡Paco!!- recuerdo que chilló- ¡¡Paco, ven, ven con la pistola!!
- Hay Dios- me dije. Y fue en ese instante cuando comprendí. Más bien, dudé en un primer lugar. Me imaginé a un señor saliendo de un piso con una escopeta recortada.
- No, no lo creo posible- y viendo que no venía el tal Paco con su rebaja, timbré las dos puertas que quedaban, por quedarme tranquilo más que nada y, comprobando que la puerta se cerró llevándose los gritos de la señora, descendí las escaleras, mientras mis oídos aún escuchaban, los aullidos desesperados de una mujer que, siendo sinceros, me transmitió algo de lástima.
A pesar de ello, recuerdo que encontré también a gente muy agradable en aquella jornada.
Es más, en muchas ocasiones, o en casi todos los días, la gente se interesa por mi proyecto y me invita a sentarme en sus porches, terrazas, hogares... para entablar alguna que otra conversación referente a la literatura. Me explican, alguno de ellos que también escriben pero que nunca se han atrevido, por falta de tiempo muchas veces, a editar sus escritos. Yo les animo a que lo hagan, porque considero la cultura como una inversión que, sin lugar a dudas, nos beneficia a todos. El caso es que son todas estas experiencias que recojo en el día a día con las que me quedo. No considero que haya maldad en aquellas personas que tratan así (como la situación desagradable de la señora del principio) a los desconocidos. Por supuesto que existen muchísimas variables; falta de empatía, inseguridad personal, desidia, mal humor, falta de tiempo, desprecio hacia lo ajeno...
Por suerte, estas situaciones son las menos y existen sujetos amables, atentos, que están dispuestos a ofrecer un minuto de sus vidas a una persona que intenta promocionarse, de las maneras que están a su alcance.
Es por ello que considero esta aventura como una caja de sorpresas. Nunca sabes con qué situación te vas a encontrar tras las innumerables puertas que se me abren en el día a día. A pesar de todo ello me siento cada día con más ganas de descubrirlo.
Me ha pasado esta semana en Miranda de Ebro. No me gusta meterme en portales, subir al último piso y tocar puerta a puerta, planta a planta, para ir descendiendo las escaleras hasta llegar de nuevo al portal, tras haber promovido un poco de cultura. Pero reconozco que no siempre el día es ideal para tocar viviendas unifamiliares y adosados. El caso es que tras muchos timbrazos en uno de estos portales, me tocó en una de las plantas una puerta un tanto curiosa:
- !!Ringg¡¡- hizo sonar mi dedo atosigador en el silencio de la planta.
- ¿Quién es?- Tras la puerta, una voz gritona y falta de cortesía preguntaba- ¿Quién llama?
- Hola, que soy Sergio, un escritor que anda buscando gente que le interese la lectura- dijo mi voz, que arrastraba un eco sordo por las estrechas paredes.
- ¿Quién es?- Los oídos de lo que supuse era una señora, resultaron poco eficaces.
Mientras me resignaba para volver a insitir, la cerradura comenzó a dar vueltas. La puerta se abría.
Tras el hueco, una señora desarreglada, con malos humos.
- Hola, muy buenos días, mire, que soy Sergio, un escritor...- La mujer me miró, me analizó y su cabeza quiso comprender vete a saber qué clase de historia...
- ¡Se vaya usted de aquí!- gritó mientras yo iba entendiendo que no le interesaba la lectura y que mucho menos me iba a dejar explicar mis intenciones- ¡váyase de aquí!
- De acuerdo- dije a la vez que pensaba que esos gritos iban a resultar caros para que mi éxito surgiera en otros hogares. El ademán fue claro. Mi dedo se dirigía hacia el timbre de la puerta vecina. Las oportunidades no se deben dejar escapar, así que pulsé el timbre. La señora seguía con su rabieta, chillando y procurando por todos los medios que abandonara, no solamente la planta, sino el portal, el edificio y todo su territorio. Agradecí que no contestara nadie; que, por otro lado, lo comprendo, en la puerta vecina.
- ¡¡Aquí no queremos propaganda de ningún tipo!! ¡¡Váyase de aquí¡¡- por suerte las otras dos puertas de la planta se hallaban a unos metros de la de la señora quejica. Es por eso que no bajé las escaleras, puesto que mi intención era encontrar a alguien que leyera en esa planta.
La señora no cesaba en su empeño.
- ¡¡Paco!!- recuerdo que chilló- ¡¡Paco, ven, ven con la pistola!!
- Hay Dios- me dije. Y fue en ese instante cuando comprendí. Más bien, dudé en un primer lugar. Me imaginé a un señor saliendo de un piso con una escopeta recortada.
- No, no lo creo posible- y viendo que no venía el tal Paco con su rebaja, timbré las dos puertas que quedaban, por quedarme tranquilo más que nada y, comprobando que la puerta se cerró llevándose los gritos de la señora, descendí las escaleras, mientras mis oídos aún escuchaban, los aullidos desesperados de una mujer que, siendo sinceros, me transmitió algo de lástima.
A pesar de ello, recuerdo que encontré también a gente muy agradable en aquella jornada.
Es más, en muchas ocasiones, o en casi todos los días, la gente se interesa por mi proyecto y me invita a sentarme en sus porches, terrazas, hogares... para entablar alguna que otra conversación referente a la literatura. Me explican, alguno de ellos que también escriben pero que nunca se han atrevido, por falta de tiempo muchas veces, a editar sus escritos. Yo les animo a que lo hagan, porque considero la cultura como una inversión que, sin lugar a dudas, nos beneficia a todos. El caso es que son todas estas experiencias que recojo en el día a día con las que me quedo. No considero que haya maldad en aquellas personas que tratan así (como la situación desagradable de la señora del principio) a los desconocidos. Por supuesto que existen muchísimas variables; falta de empatía, inseguridad personal, desidia, mal humor, falta de tiempo, desprecio hacia lo ajeno...
Por suerte, estas situaciones son las menos y existen sujetos amables, atentos, que están dispuestos a ofrecer un minuto de sus vidas a una persona que intenta promocionarse, de las maneras que están a su alcance.
Es por ello que considero esta aventura como una caja de sorpresas. Nunca sabes con qué situación te vas a encontrar tras las innumerables puertas que se me abren en el día a día. A pesar de todo ello me siento cada día con más ganas de descubrirlo.
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